1/19/2015

El humor sacrosanto

El humor, ¿valor sagrado?

Así titula hoy un artículo en La vanguardia Antoni Puigverd. Se queja de que, a raíz de los hechos de Francia, se ha hablado mucho de considerar la sátira contra lo que sea como paradigma de la democracia. Y yo opino lo mismo que él. Es decir, el que ofendan las creencias personales no es motivo para matar. Pero, en aras de la democracia y la libertad de expresión, ¿se puede decir o ridiculizar cualquier cosa? El tema de las creencias es muy sensible. Yo soy creyente, y me duele que satiricen mi fe o la Iglesia como me dolería que se metieran con mi padre, o mi madre. En definitiva, que no me parece que vale todo en aras de la libertad. ¿Y la educación? ¿Y la sensibilidad? ¿Y construir un mundo donde quepan todos? Pues ésta no me parece que sea la forma, desde luego. Yo no soy Charlie. Aunque, por supuesto, condeno el acto terrorista, y pienso que estos sujetos si no tuvieran esta excusa se buscarían otra, pues les mueve el odio, ni ellos mismos saben a qué ni por qué. Copio el artículo.

"No son pocos los ensayistas que, en estos días franceses trágicos, han convertido la sátira en la "prueba del algodón" de la democracia al reivindicar la función liberadora de la caricatura, el insulto y la blasfemia. El humor funcionaría, se ha escrito, como un explorador de los límites de la libertad. El humorista se sitúa en las fronteras más alejadas de la democracia para ampliar sus límites: transgrediendo los valores dominantes, burlándose de todos los mitos, derribando todos los ídolos. Estamos, como puede verse, ante una descripción moral del humor.

En virtud de tal planteamiento, el insulto, que la moral burguesa consideraba de mal gusto, se convierte en un gran instrumento ético. El taco, la grosería, la mala leche y los exabruptos serían los mejores usos cívicos: prueba esencial de la libertad. No se puede ceder ni un palmo, se afirma estos días, no sólo por las víctimas o mártires del humor, sino porque la sátira sin límites es el fermento principal de la democracia. El humor se habría convertido en el último valor sagrado. En esta senda, Dario Fo, premio Nobel, describe la sátira como "una forma libre y absoluta de teatro". ¡Qué paradoja tan redonda! El ácido que, en Occidente, ha servido para corroer todo tipo de ídolos y creencias se ha convertido en valor intocable. En el único valor vigente, dado que, si alguien se atreve a cuestionarlo, automáticamente será convertido en socio honorario del tribunal de la inquisición.

Significativas son, en este sentido, las críticas que ha recibido Delfeil de Ton, uno de los fundadores de Charlie Hebdo, ya jubilado. El abogado de la revista y muchos profesionales del humor se han indignado contra él por escribir "un artículo polémico y amargo" cuestionado las provocaciones de Charb, el director asesinato, cuando su cadáver "aún no está ni enterrado". Por lo visto, provocar a los creyentes mahometanos es la quintaesencia de la libertad, dibujar el triple enculamiento de la santísima trinidad es la prueba del algodón de la democracia, mientras que no reverenciar al mártir del humorismo es de mal gusto. Muy raramente damos con alguien capaz de reírse impiadosamente de uno mismo o de suscitar la risa a costa de las creencias que él y los suyos abrazan. No son pocos los intelectuales que, como Amos Oz, creen que el humor vacuna contra el mal. Para ser más precisos, quizás habría que añadir que, generalmente, el humor vacuna contra el mal de los demás. 

Milan Kundera, uno de nuestros contemporáneos que más y mejor han explorado literariamente el humor, dice: "François Rabelais inventó muchos neologismos, pero uno de ellos se ha perdido: es la palabra Agelasta, de origen griego, que significa el que no ríe, el que no tiene sentido del humor". Y añade: "Los agelastas están convencidos de que la verdad es clara y que todos los humanos tienen que pensar lo mismo (...) mientras que la novela es el paraíso imaginario de los individuos, es el territorio en el que nadie tiene la verdad". Completamente de acuerdo; pero ¿qué verdad cuestiona Charlie Hebdo haciendo burla de las creencias de la gente más débil de Francia, que son en su mayoría los inmigrantes o los residentes en los inhóspitos y desvalidos barrios periféricos de París, Marsella o Perpiñán?

Ciertamente Qatar y Arabia Saudí son poderes islámicos colosales e inquietantes, que condicionan el mundo (empezando por el Barça). Pero los musulmanes franceses no están en Francia en posición de poder, sino al contrario: en peligro de xenofobia y de exclusión. ¿La gauche caviar, los altos funcionarios franceses y la derecha liberal se sienten cuestionados por Charlie Hebdo? Estos sectores conforman el núcleo duro del poder en el hexágono y representan el alma republicana y laica. Las burlas que se hacen en Francia contra las religiones (y, por cierto, también en Catalunya) se hacen desde una posición de superioridad (y no sólo moral).

Desde Aristófanes, la sátira se ha metido con las religiones. Pero una cosa es burlarse de comportamientos concretos (como hacía el poeta persa Abu Nawas, en el siglo VIII, haciendo mofa de los tristes creyentes que le querían prohibir el vino). Y otra cosa es burlarse de los símbolos que, genéricamente, representan a la religión. En este segundo caso, no es el territorio de la libertad el que se amplía, sino el de la intolerancia contra colectivos enteros. Quien identifica negros y monos, judíos y avaros no es diferente de quien dibuja a Mahoma como un loco fanático. Cuidado con los fundamentalismos. Si es verdad que las religiones han causado guerras y devastaciones a lo largo de la historia, también lo es que en un solo siglo el ateísmo las superó en muertes y maldad: gulag, campos nazis. Cuidado con el fundamentalismo. No se cultiva sólo en el desierto de Arabia, también en los adoquines regados con sangre de guillotina."