19/03/2013

Íñigo Pirfano, director de orquesta.





Fantásticas ideas, que releja Íñigo Pirfano en su libro Inteligencia musical (Plataforma). Creo que el año empezaré mis clases en el instituto montando un debate sobre la utitlidad de la musica, utilizando esta entrevista, publicada hoy en La Vanguardia.


Para qué sirve la música?
¡Para nada!

Ah.
¡Por eso es imprescindible!

Y omnipresente...
Lo primero que construimos fueron armas... e instrumentos musicales.

¿Cómo interpreta este hecho?
El instrumento musical es un arma poética. Tan necesaria para sobrevivir como la otra. La música es parte de nuestra naturaleza. Hay una inteligencia musical.

¿En qué consiste?
Con tres acordes, ¡puedo hacerte sentir más que con tres páginas llenas de palabras!

La música es un lenguaje, pues.
No: ¡es una vía de conocimiento! Te hace más inteligible el mundo, más sabio.

¿Seguro?
La música es una gimnasia cerebral que extrae lo mejor de ti. Te hace más inteligente.

¿Afirmación poética o científica?
Científica: los niños que estudian música son mejores en lenguaje y matemáticas.

Los jerarcas nazis eran melómanos...
La música te convoca, llama a tu puerta..., pero no puede abrirla: el picaporte sólo está por dentro. ¡Sólo tú decides si abres o no!

¿Y qué pasa si abro la puerta?
¡El poder transformador de la música te hará mejor persona!

Así, no debería haber directores de orquesta endiosados y vanidosos...
Eso es penoso, no han entendido nada: querer lucirte a costa de la obra que diriges, apropiártela, ¡es un robo, un robo sacrílego!

¿Qué cualidades se precisan para ser buen director de orquesta?
Peso interior, don de gentes, conocimiento del corazón humano, mano izquierda, humildad y gran preparación técnica.

Cuántas cosas...
Es capacidad de liderazgo: es muy complejo dirigir un amplio grupo humano de personas con gran talento y ego.

¿Cómo hay que ejercer ese liderazgo?
El líder propone sin imponer: sugiere desde la autenticidad con calidez y amabilidad, hace tan atractivo su mensaje que persuade, y el otro lo abrazará de modo espontáneo.

Habrá que votar a un director de orquesta contra esta crisis...
La crisis está enraizada -¿obro bien o no?- en cada corazón humano ¡desde siempre! Nuestras codicias sumadas nos han llevado hasta aquí... y es estéril quejarse. La música saca lo mejor de nuestro corazón, así que... ¡puede ayudarnos a avanzar! La música puede salvarnos.

Recomiende una pieza musical.
El Concierto 21 en do mayor, para piano o clarinete, de Mozart: ¡le aseguro que no hay nada mejor para esos días en que todo se confabula para hacerte la vida ingrata!

Ahora una pieza para elevar el espíritu.
La segunda sinfonía de Mahler, Resurrección: induce un estado de ánimo de plenitud que disipa sombras y dudas.

Una pieza que me ponga alegre.
La Sinfonía sorpresa, de Joseph Haydn, ¡que siempre gastaba bromas! En un movimiento andante y galante... ¡mete unos timbales! ¡Hizo saltar todas las pelucas, ja, ja...! Y me gusta también su Sinfonía de los adioses.

¿Por qué?
Los músicos van abandonando la sala, y la sinfonía va extinguiéndose por la desaparición de los instrumentos...

¿Puede la música ayudar a las parejas?
Sepa que toda interpretación musical lograda es de naturaleza amorosa: desapareces por el otro, y eso es amor.

Pero también hay personas negadas para la música.
No: todos estamos habilitados para disfrutar de la música, pero es verdad que exige cierta disposición, atención, gimnasia...

Hay quien dice que la música es ruido.
Eso equivale a decir que el amor no existe. O la belleza. ¡Y todo alrededor nos demuestra en todo momento que la belleza existe!

¿Qué es la belleza?
Todo lo auténtico, aunque sea inarmónico, es bello, porque es verdadero más allá de lo formal. Escuche Wozzeck, de Alban Berg: es violento, salvaje..., pero de enorme belleza.

¿Ha compuesto usted alguna pieza musical que embellezca el mundo?
No soy compositor, no me siento apremiado a eso..., pero sí a la interpretación. Algo tiene que ver con mis estudios de filosofía...

¿Vincula filosofía y música?
Claro, porque en ambos casos se trata de textos que interpretar, conectando los contextos de pasado en que fueron creados con los del momento presente.

Quizá el silencio sea la música integral, definitiva.
En música, todo silencio es elocuente, sí. Claudio Abbado explica que "el mejor público es el que permanece en silencio el mayor tiempo posible al final de la obra".

¿Por qué?
El silencio permite que esa música opere en el espíritu del oyente. Al final del primer movimiento de la sinfonía Resurrección, Mahler escribió: "Aquí debe hacerse una pausa de cinco minutos". En ese lapso... ¡se hace tangible el misterio! Ya lo escribió el poeta Paul Verlaine: "Dadme el silencio y el amor del misterio".